El último capítulo de Hebreos termina con una serie de consejos para vivir una vida fructífera y en paz con otros. El primero es, “Permanezca el amor fraternal.” Tengo una nueva familia con nuevos hermanos y hermanas y tengo que amarlos. En familias que sus miembros se aman, no significa que no haya diferencias, pero hay una realidad, que los sentimientos fraternales sobrepasan cualquier diferencia o discusión. Podemos diferir sin desprecio, dobles agendas o pasarnos de listo. Porque el bienestar de mi hermano o hermana es mas importante que cualquier otra cosa. El problema es que algunos cristianos no vienen de ese tipo de hogar. No conocen ese amor desprendido, ese amor que esta sobretodo. Por lo tanto no pueden aplicarlo al ambiente de la iglesia porque nunca lo han experimentado. Pero hay esperanza. Jesucristo tiene poder para transformar nuestros sentimientos y poner en nuestro corazón un entendimiento de cómo se ama. Al fin y al cabo, ¿acaso no murió en la cruz por nosotros para que podamos ser sus hermanos, hermanas y amigos? En ese espíritu es que tengo que permanecer en el amor fraternal.
La hospitalidad es un asunto no solo para los ancianos de la iglesia, sino que es un requisito para todo aquel que profesa el conocer a Dios. “No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles.” Abrir las puertas de mi hogar, no es solo cortesía, sino que es algo de ser seguidor de Cristo. Es un gozo recibir a otros hermanos y hermanas en el nombre del Señor.
En esta nueva vida cristiana tengo que acordarme de otros menos afortunados, los que sufren persecución, están en prisión y son maltratados por creer en Jesucristo. Tengo que actuar a su favor con acciones que alivien su situación. También tengo que mantener mi matrimonio limpio y sin mancha.
El pasaje habla de que, “Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré”. No puedo vivir preocupado por tener más dinero. Al contrario, tengo que estar contento con lo que tengo. El asunto de tener más dinero viene de dos sitios, el deseo de seguridad y el deseo de tener más cosas porque nos hace la vida más fácil y nos da cierto estatus en la sociedad. El deseo de seguridad es entendible, ¿quién no va a desear proveer a su familia? Lo que tengo que aprender es la diferencia de lo que necesito y de lo que quiero. Si lugar a dudas que necesito techo, ¿pero tiene que ser como la casa que tengo? ¿Acaso Dios tiene la obligación conmigo de hacerme la vida más fácil? ¿La única manera de tener honor y honra en la sociedad que me rodea es a través del dinero? Dios me dice a mí que nunca me dejará o estaré desamparado. No debo tener temor porque el Señor me ayuda en medio de todas las circunstancias. El está sobre ellas, es más grande que ellas y siempre, siempre está en control. ¡Señor, enséñame a no temer y a confiar!
Para los pastores, o sea para mí, se nos exige un estándar alto de cómo comportarnos. La creyentes que nos ven, se les exhorta a que imiten nuestra fe. “Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe.” Se les pide que consideren cuál fue el resultado de su buena manera de vivir para que esto les estimule a imitarlos. ¿Qué pasa cuando el pastor no vivió su vida de acuerdo a las escrituras? El creyente no tiene modelo, no tiene a quien imitar y si esto es así debe de buscar uno que le sirva para estos propósitos. He sido bendecido con muy buenos pastores que han sido para mí ejemplos de vidas de piadosas llenas de fe que deseo imitar. Los obedecí y me sujete a ellos, me esforcé para hacerles su trabajo agradable y no penoso. El creyente no saca nada con hacerle la vida difícil al pastor. Espero que creyentes en las iglesias que pastoree, hayan visto en mí un poco de Cristo. ¡Ayúdame Señor, a vivir una vida que te agrade a ti y me permita terminar bien!